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jueves, 23 de abril de 2020

¿Qué LIBRO representaría a tu PAÍS?



¿Qué LIBRO representaría a tu PAÍS?

Si tuvieseis que elegir un libro, y sólo uno, que representase a vuestro país, ¿cuál sería? Supongo que la mayoría se decantarían por sus propios gustos, algunos tirarían de estadísticas para elegir el más leído, otros tendrían claro que su elección sería el libro patrio más conocido… pero estamos hablando del libro más representativo de cada uno de los países. Así que, si cada país fuese un libro, así sería el mapa literario del mundo.
Lista con los títulos:
  • Afganistán: Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini
  • Albania: El general del ejército muerto, de Ismaíl Kadaré
  • Alemania: Los Buddenbrook, de Thomas Mann
  • Angola: A Gloriosa Familia, de Pepetela
  • Antillas Menores: El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys
  • Arabia Saudí: Ciudades de sal, de Abderrahmán Munif
  • Argelia: El extranjero, de Albert Camus
  • Argentina: Ficciones, de Jorge Luis Borges
  • Armenia: El visionario, de Raffi
  • Australia: Cloudstreet, de Tim Winton
  • Austria: El hombre sin atributos, de Robert Musil
  • Azerbaiyán: Blue Angels, de Chingiz Abdullayev
  • Bahamas: The Measure of a Man, de Sidney Poitier
  • Bangladés: Días de amor y guerra, de Tahmima Amam
  • Bélgica: La pena de Bélgica, de Hugo Claus
  • Belice: Beka Lamb, de Zee Edgell
  • Bielorrusia: Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexievich
  • Bolivia: Raza de bronce, de Alcides Arguedas
  • Bosnia y Herzegovina: Diario de Zlata, de Zlata Filipovic
  • Botswana: La primera agencia de mujeres detectives, de Alexander McCall Smith
  • Brasil: Don Casmurro, de Machado de Assis
  • Brunei: Some Girls: My Life in a Harem, de Jillian Lauren
  • Bulgaria: Bajo el yugo, de Ivan Vazov
  • Bután: The Circle of Karma, de Kunzang Choden
  • Camboya: Se lo llevaron, de Loung Ung
  • Camerún: El viejo y la medalla, de Ferdinand Oyono
  • Canadá: Ana de las tejas verdes, de L. M. Montgomery
  • Chad: Las raíces del cielo, de Romain Gary
  • Chile: La casa de los espíritus, de Isabel Allende
  • China: Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin
  • Colombia: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez
  • Corea del Norte: Los acuarios de Pyongyang, de Kang Chol Hwan
  • Corea del Sur: La vegetariana, de Han Kang
  • Costa Rica: La isla de los hombres solos, de José León Sánchez
  • Croacia: Café Europa, de Slavenka Drakulik
  • Cuba: Havana Bay, de Martin Cruz Smith
  • Dinamarca: La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, de Peter Høeg
  • Ecuador: Huasipungo, de Jorge Icaza
  • Egipto: Entre dos palacios, de Naguib Mahfuz
  • El Salvador: Bitter Grounds, de Sandra Benítez
  • Emiratos Árabes Unidos: The Sand Fish, de Maha Gargash
  • Eslovaquia: Los ríos de Babilonia, de Peter Pišťanek,
  • Eslovenia: Alamut, de Vladimir Bartol
  • España: Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
  • Estados Unidos: Matar un ruiseñor, de Harper Lee
  • Estonia: Verdad y justicia, de A. H. Tammsaare
  • Etiopía: Beneath the Lion's Gaze, de Maaza Mengiste
  • Filipinas: Noli Me Tangere, de José Rizal
  • Finlandia: Soldados desconocidos, de Väinö Linna
  • Fiyi: Tales of the Tikongs, de Epeli Hau'ofa
  • Francia: El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas
  • Georgia: The Knight in the Panther's Skin, de Shota Rustaveli
  • Grecia: La Ilíada, de Homero
  • Groenlandia: Islands, the Universe, Home, de Gretel Ehrlich
  • Guatemala: Hombres de Maíz, de Miguel Ángel Asturias
  • Guayana Francesa: Papillon, de Henri Charrière
  • Guyana: El palacio del pavo real, de Margarita Mateo Palmer
  • Haití: Breath, Eyes, Memory, de Edwige Danticat
  • Honduras: Cipotes, de Ramón Amaya Amador
  • Hungría: Eclipse of the Crescent Moon, de Géza Gárdonyi
  • Islandia: La voz, de Arnaldur Indriðason
  • India: El dios de las pequeñas cosas, de Arundhati Roy
  • Indonesia: Hijo de todos los pueblos, de Pramoedya Ananta Toer
  • Irán: Shahnameh, el Libro de los Reyes, de Ferdousí
  • Iraq: El loco de la plaza Libertad, de Hassan Blasim
  • Irlanda: Ulises, de James Joyce
  • Islas Salomón: Suremada, de Rexford T. Orotaloa
  • Israel: Amaneceres en Jenin, de Susan Abulhawa
  • Italia: La divina comedia, de Dante Alighieri
  • Jamaica: Breve historia de siete asesinatos, de Marlon James
  • Japón: Kokoro, de Natsume Soseki
  • Kazajistán: The Book of Words, de Abay Qunanbayuli
  • Kenia: Pétalos de sangre, de Ngũgĩ wa Thiong'o
  • Kirguistán: Jamilia, de Chingiz Aitmatov
  • Kuwait: A Map of Home, de Randa Jarrar
  • Laos: In the Other Side of the Eye, de Bryan Thao Worra
  • Latvia: Nāvas Ena, de Rūdolfs Blaumanis
  • Líbano: The Hakawati, de Rabih Alameddine
  • Libia: Solo en el mundo, de Hisham Matar
  • Lituania: White Field, Black Sheep: A Lithuanian American Life, de Daiva Markelis
  • Luxemburgo: In Reality: Selected Poems, de Jean Portante
  • Macedonia: La hermana de Freud, de Goce Smilevski
  • Malasia: El jardín de las brumas, de Tan Twan Eng
  • Mali: Sundiata: An Epic of Old Mali, de Mamadou Kouyaté
  • Marruecos: El niño de arena, de Tahar Ben Jelloun
  • Mauritania: Silent Terror: A Journey into Contemporary African Slavery, de Samuel Cotton
  • México: Pedro Páramo, de Juan Rulfo
  • Moldavia: Siberian Education, de Nivolai Lilin
  • Mongolia: Cielo azul, de Galsan Tschinag
  • Montenegro: Montenegro, de Starling Lawrence
  • Mozambique: Tierra sonámbula, de Mia Couto
  • Myanmar: Smile as they Bow, de Nu Nu Yi
  • Namibia: Born of the Sun, de Gillian Cross
  • Nepal: Palpasa Café, de Narayan Wagle
  • Nicaragua: El país bajo mi piel, de Gioconda Belli
  • Níger: Sarraounia, de Abdoulaye Mamani
  • Nigeria: Todo se desmorona, de Chinua Achebe
  • Noruega: Hambre, de Knut Hamsun
  • Nueva Zelanda: The Bone People, de Keri Hulme
  • Omán: The Turtle of Oman, de Naomi Shihab Nye
  • Países Bajos: El descubrimiento del cielo, de Harry Mulisch
  • Pakistán: El fundamentalista reticente, de Mohsin Hamid
  • Panamá: Plenilunio, de Rogelio Sinán
  • Papúa Nueva Guinea: Death of a Muruk, de Bernard Narokobi
  • Paraguay: Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos
  • Perú: Lituma en los Andes, de Mario Vargas Llosa
  • Polonia: Pan Tadeusz, de Adam Mickiewicz
  • Portugal: Baltasar y Blimunda, de José Saramago
  • Puerto Rico: Cuando era puertorriqueña, de Esmeralda Santiago
  • Qatar: The Emergence of Qatar, de Habibur Rahman
  • Reino Unido: Grandes Esperanzas, de Charles Dickens
  • República Centroafricana: Batouala, de René Maran
  • República Checa: Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, de Jaroslav Hašek
  • República Democrática del Congo: El antipueblo, de Sony Labou Tansi
  • República Dominicana: La maravillosa vida breve de Oscar Wao, de Junot Díaz
  • Rumanía: El bosque de los ahorcados, de Liviu Rebreanu
  • Rusia: Guerra y paz, de León Tolstoi
  • Serbia: Diccionario Jázaro, de Milorad Pavić
  • Siria: El lado oscuro del amor, de Rafik Scahmi
  • Somalia: The Orchard of Lost Souls, de Nadifa Mohamed
  • Sri Lanka: El fantasma de añil, de Michael Ondaatje
  • Sudáfrica: Desgracia, de J. M. Coetzee
  • Sudán Sur: They Poured Fire on Us from the Sky, de Benson Deng, Alephonsion Deng, Benjamin Ajak y Judy A. Bernstein
  • Sudán: Lyrics Alley, de Leila Aboulela
  • Suecia: La saga de Gosta Berling, de Selma Lagerlöf
  • Suiza: Heidi, de Johanna Spyri
  • Surinam: The Cost of Sugar, de Cynthia McLeod
  • Tailandia: Four Reigns, de Kukrit Pramoj
  • Taiwán: Green Island, de Shawna Yang Ryan
  • Tanzania: Desertion, de Abdulrazak Gurnah
  • Tayikistán: Hurramabad, de Andrei Volos
  • Timor Este: La redundancia del valor, de Timothy Mo
  • Turkmenistán: The Tale of Aypi, de Ak Welsapar
  • Turquía: Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk
  • Ucrania: Muerte con pingüino, de Andrei Kurkov
  • Uganda: Crónicas abisinias, de Moses Isegawa
  • Uruguay: Fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano
  • Uzbekistán: Chasing the Sea, de Tom Bissell
  • Vanuatu: Black Stone, de Grace Mera Molisa
  • Venezuela: Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos
  • Vietnam: El dolor de la guerra, de Bao Ninh
  • Yemen: The Hostage, de Zaid Mutiee Damaj
  • Zambia: Scribbling the Cat: Travels with an African Soldier, de Alexandra Fuller
  • Zimbabue: La casa del hambre, de Dambudzo Marecher

Seguro que estamos de acuerdo con muchas de las elecciones, e igualmente con otras en desacuerdo, me jugaría algo a que nadie, o muy pocos, conocen todos los libros que aparecen en el mapa y también a que muchos fallaríamos al localizar geográficamente alguno de los países, pero creo que todos estaremos de acuerdo en que es un trabajo espectacular y que merece la pena conocer.


domingo, 11 de diciembre de 2016

Ni en un millón de pendrives


Sabemos que un libro sirve para leer. ¿Pero para qué sirven cientos o miles de libros?

No sé si hay una respuesta. O una constelación de respuestas. Así que no pretendo demostrar nada con los siguientes párrafos. Son más bien como pensar en voz alta. Toda la reflexión se inició el año pasado mientras miraba una pila de cajas de cartón. Una enorme pila de cajas de cartón. En cada una estaba garrapateada con marcador la palabra "LIBROS". En total, había más cajas de esas que de todos los otros rubros sumados.
Me estaba mudando, y mientras observaba la desmesurada acumulación de cajas, mientras vigilaba que las de libros no sufriera ningún maltrato, hice un cálculo rápido que me dejó pasmado. Mis libros, mi biblioteca entera, podía guardarse en un pendrive.
Diré mejor. El texto de todas esas obras podía guardarse en un pendrive. Así que, ¿valía la pena tanto esfuerzo? Es cierto, había allí libros que he leído 10 veces y que volvería a leer otras tantas (Pedro Páramo, La Boca del Caballo, El Quijote, El Proceso), pero había también cientos que sólo leí una vez. Muchos son volúmenes de consulta. Enciclopedias, diccionarios, ensayos, bibliografía sobre árboles o lingüística. En conclusión, mi mudanza fue épica, básicamente, porque hube de trasladar un camión de libros que probablemente nunca vuelva a visitar.
¿Tenía sentido? Me lo pregunté de verdad. Diré mejor: me lo pregunté de verdad, pero con la más adamantina convicción de que nunca voy a separarme de mis libros. Fue esa convicción la que me llevó a reflexionar sobre el destino de los objetos culturales en la era digital.
Lo primero que pensé fue que tenemos claro que el texto de un libro no es el libro. Pero no tenemos claro qué hace al libro ser un libro. El texto digital es información numérica que luego de ser procesada por alguna clase de computadora aparecerá en alguna clase de pantalla bajo la forma de las palabras que originalmente llenaban las páginas de ese libro.
De la relación que establecemos con la página de papel, en cambio, no participa ningún intermediario. No sólo no depende de la electricidad, los sistemas operativos o los formatos de archivo, sino que además el libro es algo en sí. El texto digital es algo en tanto sea interpretado por un software. Un libro, en cambio, es.
Otro asunto que parece menor, pero está lejos de serlo. Al libro lo podemos tocar. Al texto digital, no. Tocarás tu smartphone o tu Kindle, pero no el libro, que en su transmigración ha quedado desencarnado. El resultado más evidente es que todos los volúmenes pesan lo mismo, huelen igual, se sienten idénticos al tacto, poseen la misma edad y profesan una tipografía siempre igual.
Al toque
Bla, bla, bla, me dije, cambiando de piel. Esos son todos prejuicios derivados de tu formación y tu edad. Esas cajas que te proponés trasladar no son sino reliquias. No es una biblioteca, es un museo. Ya nadie usa ese dispositivo pesado e impráctico llamado libro. Ahora leemos, oímos música y miramos películas en el celular. Todo lo demás es fósil.
En serio, ¿para qué conservar mi (también cuantiosa) colección de discos cuando existe Spotify? ¿Cuál es la lógica de atesorar películas cuando tenemos Netflix? Eso estuvo bien durante un tiempo, pero hoy es completamente innecesario. Todo lo que quieras leer, oír y ver está al alcance de un clic, de forma inmediata. Bueno, no es exactamente así todavía, pero vamos camino de eso.
Cambié de asiento de nuevo y me pregunté: ¿y eso está bueno? ¿Está bueno que todos los libros estén disponibles sin límite, a un clic? No lo sé, realmente. En mi biblioteca, la mayoría de los volúmenes tiene una historia, cuyos hilos se entrelazan con mi propia biografía. Llegaron hasta allí luego de transitar quién sabe qué vicisitudes; algunos han cruzado más de un siglo. Si saco de su estante Las Enseñanzas de Don Juan, no puedo dejar de pensar en la fotógrafa que me lo prestó hace casi 40 años, cuando era un periodista principiante. Es uno de los dos libros en mi biblioteca que nunca devolví. Muchos de esos ejemplares están dedicados. Imagino que ese es también otro reflejo pavloviano. Muchas son primeras ediciones, ¿pero qué sentido tiene hablar de primeras ediciones en un mundo en el que las primicias duran un suspiro? Algunos volúmenes estuvieron prohibidos durante la última dictadura; observación cómica, puesto que hoy pueden borrarte libros de tu Kindle de forma remota. ¿O acaso no ocurrió exactamente eso con 1984, de Orwell, siete años atrás?
Estaba seguro de que en esa habitación llena de cajas con libros había alguna clase de revelación, pero seguía sin poder atraparla.
Pensé entonces en que el uso que le damos a los libros induce a un equívoco o a una paradoja. El consenso dice que los libros son para leer. Tengo mis dudas de que sea tan sencillo, pero no resbalaré por el debate acerca de qué es leer.
En cambio, haré una pregunta. OK, un libro es para leer, ¿pero para qué son varios cientos o miles de libros? Entonces se aclaró todo. Me di cuenta de que los bits no nos privaron de la herramienta de lectura. Si acaso, la mejoraron: ahora es más liviana, está conectada y podés adquirir obras a un clic, etcétera. Pero esa mejora arrasó con las bibliotecas. Nos pasamos 30 años obsesionados con la desaparición del libro, mientras las bibliotecas se esfumaban a nuestro alrededor. El libro no nos dejó ver el bosque, literalmente.
Es más o menos obvio que un pendrive no constituye ninguna biblioteca. Ni siquiera podrías construir una con 100 millones de pendrives cargados con todos los libros jamás escritos.
Ese día, de pie entre las las cajas de cartón prolijamente estibadas en el mismo cuarto donde hasta entonces residía mi biblioteca, entendí, por fin, que una habitación llena de libros no constituye una biblioteca. Para que ese milagro ocurra deben estar en sus estantes, tienen que rodearte, tienen que abrazarte. Una biblioteca es un topos, un lugar, y es también un organismo. Tiene una topografía, una anatomía. Un orden, una sintaxis.
Atrapados en esas cajas, mis libros habían dejado de cumplir esa otra función, una que pasamos por alto durante todos estos años, muy a pesar de que era tan obvia. Ahora no sólo no podía ver sus lomos y decidir repasar algún párrafo, alguna estrofa, sino que no podía estar entre mis libros, resguardado por mis libros.
Los libros son como ladrillos de una fortaleza para el espíritu. Empezamos con un puñado y, con los años, construimos una cada vez más grande, y también más nuestra. Me encontraba, pues, en medio de una demolición.
Los lectores no sólo amamos el libro, sino también las bibliotecas. Por eso, pese a su aspecto vetusto y anacrónico, una biblioteca es siempre la infancia del alma. Porque el lector vuelve a sentir ese incontenible entusiasmo infantil al abrir un libro nuevo o al volver visitar páginas conocidas.
Advertí todavía una cosa más. ¿Cuántos lugares en este mundo invitan, por su propia naturaleza, a bajar la voz, a hacer silencio? Pensalo.
Un estante vacío
Cuando tenía 8 años, mi familia logró tener su primera casa lo bastante espaciosa para darle un lugar a todos los libros. El cuarto que funcionaba como estudio de mi padre asumió ese papel, y lo llamábamos así, La Biblioteca.
Luego conocí la del Colegio Nacional de Buenos Aires, imponente, con tantos volúmenes que en mi primera visita quedé estupefacto. A los 12 años era un lector curtido, pero me faltaba mundo. Nunca había imaginado que podían existir tantos libros; comencé así a sentir esa pena que todo lector lleva adentro, la de que no existe posibilidad alguna de leerlo todo. Era grave, porque desde los 10 años me había propuesto escribir libros, y ahora veía que ya había suficientes. Con el paso del tiempo, siendo todavía un adolescente, decidí que sin importar cuántas obras existieran, en algún estante habría espacios vacíos. Ha sido mi principal búsqueda desde entonces.
A la del colegio le siguieron la Nacional, la del Congreso, la del Maestro. Y otras. Tuve un atisbo de la biblioteca de Borges, cuando me reuní a hablar con él en 1982. Y poco a poco construí la mía. Que ahora espera. En cajas de cartón.

lunes, 14 de noviembre de 2016

¿Qué libro me recomienda, doctor? / por Hinde Pomeraniec

No sé bien cuándo ni cómo fue, pero mi mamá siempre contaba que tenía cuatro años cuando empecé a leer o, al menos, cuando ella supo que yo ya leía. Tampoco me acuerdo cuáles fueron esos primeros libros que encendieron mi curiosidad salvo uno: Fábulas, de editorial Sigmar, con su tapa roja y brillante; un libro que con el tiempo se deshojó y dejó al desnudo el lomo, con su entramado de hilitos, y que igualmente releí con placer casi hasta la pubertad.
Aunque me cuesta reponer aquellas páginas iniciales, mi memoria conserva con nitidez el nacimiento de la pasión por la lectura. Es un punto fijado entre los diez y los trece años; un fulgor encerrado entre las tapas amarillas de la colección Robin Hood. Fueron las novelas de Louise May Alcott (Mujercitas, Ocho Primos, Rosa en flor), fue Violeta, pero fue, sobre todo, Jane Eyre, de Charlotte Brontë, esa historia de intriga y amor entre una tenaz institutriz que logra superar a fuerza de orgullo y autoestima su destino de pobre huérfana y el señor Rochester, un millonario acechado por un pasado oscuro.
El entusiasmo por recomendar libros nació con aquellas primeras lecturas y, tanto tiempo después, aún disfruto de dar la voz de alerta cada vez que encuentro un tesoro para que otros, los que quieran, vayan a su encuentro. Algunos llaman a esto "prescripción" literaria y la palabra no parece inocente.
Los lectores llegan a la literatura por motivos diversos. Algunos aseguran que solo buscan entretenimiento y cuando piden una recomendación, aclaran: que no me haga sufrir, por favor. Otros, por el contrario, están siempre dispuestos a arrojarse al vacío pero necesitan garantizarse un guía confiable.
Por mi parte, siempre creí en la lectura por placer pero también como una forma de sanación; sé, porque lo he visto, de qué manera sumergirse en una historia puede ayudar a calmar las propias heridas. Sé, porque lo he vivido, cómo la literatura puede ayudarte a dejar de lado tus padecimientos mientras tu cabeza y tu corazón acompañan, cautivos, los sentimientos de los protagonistas de alguna historia que logró arrancarte por un momento de tu pena infinita.
Leo en la elogiada revista online The Millions una nota sobre biblioterapia de James Williams, un ensayista que les discute a quienes piensan que la lectura puede curar y que entiende que el objetivo de la literatura no debe ser confortarnos ni hacernos sentir mejor sino hacernos "sentir más, más profundo y más honestamente". Más que actuar como una terapia, los libros deberían mandarte a terapia, ironiza.
El término biblioterapia fue acuñado en 1916 por el teólogo presbiteriano Samuel Crothers, aunque la idea de la lectura como remedio para el dolor psíquico o físico viene desde los egipcios.
En su artículo, Williams dice que no siempre funciona de manera literal aquello de que todos buscamos historias que hablen de lo que nos pasa para sentirnos menos solos: ni todos los adúlteros van detrás de novelas como Madame Bovary así como no todas las personas en duelo quieren leer historias de pérdidas.
Cada relato tiene un sentido diferente para cada lector, explica, y asegura que es "fascista" -usa ese término- pretender imponer una interpretación determinada.
Es, también, un esfuerzo presuntuoso: ningún lector responde igual que otro, por lo tanto es inútil intentar imponer una forma de leer. Williams sostiene que cada vez que recomienda un libro a alguien no lo hace con la encomiable intención de darle felicidad o resolverle un problema sino todo lo contrario. "Deberíamos permitir que los libros nos causen aún más problemas", escribe, provocador.
Conmueve su encendida defensa de la gran literatura, esa forma del arte que nos sacude de manera inesperada, nos estremece en su esplendor o su oscuridad y nos arroja al espacio de la incomodidad absoluta, como nada nunca lo había hecho antes.
 Twitter: @hindelita

lunes, 2 de mayo de 2016

Clásicos de bolsillo, esa bendición portátil de la literatura

A partir de su fusión con Random House, Penguin Clásicos, "inventor de los libros de bolsillo" ha desembarcado en nuestro idioma con más de veinte títulos y en 2017 publicará obras fundamentales de la literatura argentina; busca sumarse a otras colecciones accesibles y eruditas, como El Séptimo Círculo y Minotauro, que han educado y deleitado a millones de lectores locales durante décadas
Una parte relativamente trascendente de los objetos que utilizamos hoy en nuestra vida cotidiana tiene su origen en las necesidades militares surgidas durante la Segunda Guerra Mundial, como las vendas adhesivas y los libros de bolsillo. Estos dos casos, en concreto, ilustran cómo pequeñas ideas aparecidas en los años 30 terminaron de perfeccionarse y de hacerse realidad gracias a lo que en términos militares se denomina "esfuerzo de guerra", es decir, acciones destinadas más a mantener alta la moral de las tropas que a ir directamente por la victoria en clave armamentística. El pocket book de la colección Penguin -el primero en su tipo- apareció en 1935 gracias al británico Allan Lane, y se vio favorecido por la contienda debido a que su impresión requería de un costo reducido en papel -racionado en su momento- por lo que la empresa fue elegida informalmente como la proveedora de libros para los soldados aliados. Así fue que Penguin terminó por imponerse en el gusto popular durante esos seis años de conflicto armado y una vez finalizada la guerra quedó posicionada en el mejor de los escenarios: no sólo por lo económico, sino también porque muchas editoriales le habían cedido patrióticamente los derechos de sus autores y obras más importantes para que éstas llegaran a manos de aquellos que luchaban en el frente. La posguerra confirmó la revolución de los libros de bolsillo y ubicaron al sello Penguin como el referente histórico del sector en el mundo anglohablante.
El desembarco en habla hispana
Su catálogo se edita en varios idiomas, pero hasta 2015 Penguin continuaba ajena al mercado de libros en español. El escenario se modificó cuando Random House se fusionó este gigante "de bolsillo". Fue así que hace un año se publicaron en España los primeros títulos de lo que se conoce como Penguin Classics, una de las colecciones de la editorial -que se inició en 1946 con una traducción en prosa de E. V. Rieu de La Odisea- que abarca desde clásicos de la Antigüedad hasta obras anteriores al siglo XX. En nuestro país, el sello desembarcó en las librerías en noviembre último, con ocho novelas canónicas de la literatura decimonónica: Drácula, Cumbres borrascosas, Crimen y castigo, Moby Dick, Otra vuelta de tuerca, Frankenstein, Rojo y negro y Madame Bovary. Para este primer semestre de 2016 se espera que publique un total de cuarenta títulos -están disponibles en versión papel y ebook- entre los que se cuentan La Ilíada, El Corán, Hamlet, La educación sentimental, Guerra y paz, La letra escarlata y Mujercitas, además de una selección de clásicos españoles como el Poema del Mío Cid, El conde Lucanor, La vida es sueño, El Quijote y La celestina, entre otros.
Desde las oficinas locales de Penguin Random House, Mariana Vera, una de sus editoras, cuenta que la mayoría de los ejemplares editados en la Argentina incluyen introducciones a cargo de referentes literarios, cronologías y líneas de tiempo. "Pensando en el lector argentino, hicimos un trabajo de neutralización de las traducciones como para suavizar el español y hacer la lectura más amigable. Son modificaciones sutiles basadas sobre el reemplazo del vosotros y sus conjugaciones por el ustedes, además de la sustitución de ciertos términos en clave local." Para 2017, la editorial tiene proyectada la publicación de cuatro clásicos de la literatura argentina que incluirán estudios introductorios de críticos especializados: El matadero y La cautiva, de Esteban Echeverría; Martín Fierro, de José Hernández; Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla.
La revolución de bolsillo
La importancia de Penguin en el panorama de la literatura universal se debe a que hasta 1935 sólo existían los libros de tapa dura, únicamente accesibles para determinadas clases socioeconómicas. La idea revolucionaria de Allan Lane, un joven británico vinculado con el negocio editorial, fue poner a disposición de todo el mundo sin distinción literatura de calidad mediante la comercialización de ejemplares tan baratos como un paquete de cigarrillos y que no sólo se vendieran en librerías, sino también en kioscos de revistas y estaciones de trenes. De ahí que el éxito de Penguin se cifró en convertir a un público que sólo tomaba prestados libros en las bibliotecas a uno que podía comprarlos sin hacer temblar su economía. El lanzamiento de los primeros títulos -Adiós a las armas, de Hemingway; un misterio de Agatha Christie y Ariel, de André Maurois, entre otros- fue un verdadero hit: sólo durante ese 1935 se vendieron alrededor de tres millones de ejemplares.
La revolución de los libros de bolsillo llegó acompañada de unas tapas tan simples como atractivas, tanto que hoy se han convertido en un ícono del diseño. Edward Young, un joven estudiante de 21 años, fue el responsable de la creación del clásico formato de tres franjas horizontales, dos de las cuales -los extremos- cambiaban de color según el tema de la colección: naranja para ficción, azul para biografía y verde para misterio. Young supo encontrar también en la ilustración de un pingüino el logotipo con el que se identifica a la editorial.
Reconocibles a la distancia, las portadas de Penguin mantuvieron este diseño hasta los años 60, cuando las nuevas tecnologías permitieron introducir ilustraciones, colores y fotografías a las cubiertas que, sin embargo, hasta hoy mantienen la maqueta básica de las tres franjas. Con el paso del tiempo, aquellas primeras tapas se convirtieron en un sello tan importante que cuando en 2015, la editorial cumplió 80 años se multiplicaron los objetos de merchandising inspirados en ese primer diseño. Hoy es posible encontrar toda clase de artículos con la impresión de los libros que, en definitiva, revela una supuesta cultura de su dueño: hay tazas, reposeras, termos, libretas tipo Moleskine, lápices, bolsos, llaveros, portadocumentos, toallas, juegos de mesa, gorras, baberos, paraguas y hasta enteritos para bebés.
Otras colecciones memorables
En la Argentina, el movimiento de los clásicos de bolsillo accesibles a todas las clases sociales tuvo célebres referentes locales. Aquí repasamos algunas de las colecciones que dejaron una huella indeleble en la educación literaria del ciudadano local.
El séptimo círculo. Entre las aventuras emprendidas por Borges y Bioy Casares, se cuenta la colección de novelas policiales inglesas que los escritores dirigieron desde 1945. Con referencia directa al lugar destinado a los violentos el infierno en La divina comedia, la primera entrega de la serie fue La bestia debe morir, de Nicholas Blake, traducida por Wilcock. Si bien la colección se editó hasta 1983 y llegó a sumar 366 títulos, la curaduría de Borges y Bioy se limitó a las primeras 120 obras.
Tor. Lejos de la sobriedad del Séptimo Círculo, esta editorial es conocida tanto por los más de doce mil títulos que publicó con tapas de tipo sensacionalista como por las dudosas prácticas comerciales de su alma máter, Juan Carlos Torrendell. Desde 1916, y a pesar de los numerosos juicios y escándalos que tuvieron que enfrentar, los libros de Tor no sólo democratizaron el consumo literario local, sino que fueron las piedras fundamentales en la construcción de sus bibliotecas. Hasta 1971, la editorial fue la mayor divulgadora de clásicos: desde las obras de Freud y de Marx hasta las novelas de aventuras de Salgari. Entre las diferentes colecciones de la editorial se destacan la de Misterio, la Sexton Blake, la Serie Amarilla de policiales, la Ultra de ciencia ficción y las Delly y Amapola de novela rosa.
Minotauro. En 1955, el legendario Francisco Porrúa fundó una de las principales editoriales de ciencia ficción en castellano, donde se publicaron por primera vez en español obras de autores fundamentales como Ray Bradbury, J. R. R. Tolkien, J. G. Ballard y Philip Dick, entre otros. Bajo distintos seudónimos, Porrúa se encargó de todas las traducciones y así amplió el universo de autores del género conocidos para el público hispano.
Clásicos Jackson. Cuarenta tomos antológicos que resumen lo más importante de la literatura universal, ésa era la misión de la rama argentina de la editorial estadounidense W.M. Jackson Inc. Cada libro contiene obras de referentes literarios de todos los tiempos como las obras de Aristóteles; las comedias y las tragedias de Shakespeare; los grandes escritores rusos; los poetas líricos castellanos; los escritores místicos; La divina comedia y la literatura epistolar, entre otros. Adolfo Bioy Casares colaboró en la edición de algunas de sus entregas.
Biblioteca de Babel. En 1977 se edita por primera vez esta colección de títulos dirigida y prologada por Borges, bajo el sello Siruela en España y Franco María Ricci en Italia. Con ilustraciones incluidas, entre las 33 obras que componen esta antología señera de la literatura fantástica aparecen Las muertes concéntricas, de Jack London; El crimen de Lord Arthur Saville, de Oscar Wilde; La puerta en el muro, de H.G. Wells; La isla de las voces, de R.L. Stevenson; El ojo de Apolo, de G. K.Chesterton; La estatua de sal, de Leopoldo Lugones; La casa de los deseos, de Rudyard Kipling y Los amigos de los amigos, de Henry James.
Biblioteca básica universal. Dicen que Boris Spicacow, fundador del Centro Editor de América Latina (CEAL), fue el curador de la biblioteca del argentino de clase media. Con la premisa de hacer llegar libros para todos, el CEAL se concentró en publicar obras de calidad a precios accesibles para que pudieran estar al alcance de todas las clases sociales. Entre sus más célebres colecciones se encuentra la Biblioteca Básica Universal, que desde 1968 se dedicó a publicar títulos clásicos del canon literario.

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Desde  TYS Magazine sabemos que os interesa mucho aumentar vuestro conocimiento y en estas 13bibliotecas online podéis descargar miles de títulos, obras de distintos autores, compilaciones de congresos, libros de divulgación científica, entre tantas áreas temáticas como los son Arte y arquitectura, Comunicación y Medios, Ciencias Naturales, Ciencias de la Salud, Ingeniería, Ciencias Sociales, Economía y Administración, Historia, Literatura y Lingüística, Psicología y Turismo, entre otras.

1.        Biblioteca Mundial Digital: vas a encontrar documentos acerca de la cultura de distintos países de todo el mundo.
2.       Biblioteca de la Universidad Nacional de La Plata: en esta biblioteca argentina, es posible acceder a más de 400 trabajos, tesis, seminarios, congresos tanto de alumnos como de docentes. Asimismo, cabe destacar que todos los materiales están publicados bajo licencias de uso abiertas, de acuerdo a la política de Acceso Abierto de la universidad, y que el diseño del sitio es adaptativo, lo que significa que es compatible con smartphones y tabletas.
3.       Biblioteca de la Universidad Nacional de Córdoba: en este portal argentino es posible encontrar cantidad de textos de diversas asignaturas académicas.
4.       Bibliomania: podrás acceder a un sinfín de libros tanto académicos como narrativos.
5.       Biblioteca Digital del Patrimonio Iberoamericano: esta plataforma tiene una cantidad de libros que se alojan en las bibliotecas nacionales de los distintos países iberoamericanos.
6.       Biblioteca Nacional de Colombia: Aquí se pueden hallar cantidad de títulos que disponen de una versión de lectura para celular o tablet.
7.      Latindex: en Latindex se reúnen cantidad de artículos científicos publicados por diferentes universidades o entidades latinoamericanas.
8.       Open Library: en este portal vas a tener acceso a más de un millón de libros online gratuitos.
9.       Project Gutenberg: en esta biblioteca se encuentran reunidos tanto libros como documentos de dominio público de todo el mundo.
     10. Public Library of Science: esta biblioteca online es ideal para acceder a artículos científicos de todo el mundo.
11. The Free Library: en esta plataforma virtual se puede encontrar desde revistas, periódicos hasta libros de forma gratuita.
12. Virtual Books: en esta biblioteca online es posible hallar título online de todas partes del mundo.
13.  Biblioteca Nacional de Uruguay ofrece 1428 libros gratuitos para descargar en PDF. Encontrarás obras de Aristóteles, Cervantes,     Chejov, Dickens, García Lorca, Kafka, Lope de Vega, Marx, Nietzche, y muchos autores más.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

En ISLANDIA todo el mundo REGALA (y lee) LIBROS por NAVIDAD


Islandia es el país al que todo librópata querría mudarse. Vale, las bajas temperaturas echan un poco para atrás pero Islandia es realmente el paraíso de los libros. Islandia es el país que encabeza prácticamente todos los rankings mundiales en lo que a libros y lecturas se refiere y, de hecho, uno de cada 10 islandeses ha llegado a publicar un libro. Pero además de ser el paraíso de los libros durante el año de forma general, es el paraíso de los libros de forma especial por Navidad. Olvidad el turrón: en Islandia la tradición es recibir o regalar un libro por Navidad (todo el mundo recibe al menos uno) y también sentarse a leerlo. La Navidad en Islandia es para leer (y ante esto solo podemos decir… ¡viva!).
En los meses previos a la Navidad se produce lo que se conoce como jólabókaflóð,que en castellano (traduciendo de las traducciones al inglés del término) se podría traducir como ‘inundación de libros antes de Navidad’, es una especie de temporada editorial, como por ejemplo la rentrée francesa,  en la que las editoriales publican el grueso de sus nuevos títulos. Es la época de la avalancha de novedades.No solo se lanzan un montón de libros, sino que además se hacen todas las actividades asociadas al lanzamiento, así que la lista de lecturas, encuentros, presentaciones y actos similares es muy larga durante estos meses. Según algunasestadísticas editoriales, durante estos meses se venden el 60-70% de todos los libros que se venden en Islandia durante el año.
De hecho, en noviembre, los islandeses reciben en sus casas el Bókatíðindi, un catálogo con todos los libros publicados en el año y que se distribuye por todas las casas. Como explican en esta web islandesa, el catálogo es una parte fundamental de los preparativos de la Navidad para escoger los libros que se van a regalar.
Pero lo interesante (y lo fascinante) no es solo que se vendan muchos libros y que se regalen muchos libros, es que los libros son parte de las tradiciones de la Navidad. Los islandeses intercambian libros en Nochebuena y tras recibir sus libros dedican la noche a leer. “La cultura de regalar libros está muy enraizada en cómo las familias perciben las Navidades como vacaciones”, explicaba a laNPR Kristjan B. Jonasson, la presidenta de la asociación de editores de Islandia. “Habitualmente, intercambiamos los regalos en la noche del 24 y la gente pasa la noche leyendo”, añadía.
La explicación de este interés por la lectura y el peso que esta tiene en la Navidad es histórico. Más allá de que Islandia fuese un pueblo lector desde mucho antes del siglo XX está el hecho de que durante la II Guerra Mundial el papel era uno de los pocos elementos que no estaba controlado y por tanto una de las pocas cosas que se podían regalar (hay que pensar que Islandia dependía de Dinamarca para prácticamente todo entonces). Imprimir libros era barato y se convirtieron en un regalo asequible.